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lunes, 14 de noviembre de 2011

OS: Perfect Union

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Summary: Menos de medio segundo. Un parpadeo. Un suspiro que sonó a sollozo de parte de ambos. Y dos bocas unidas en un beso. Que quizás sea el último beso… E/B. Rating M.
Advertencia: Contiene lenguaje fuerte y escenas sexuales explícitas -por eso el rating M, daa-, lees bajo tu propia voluntad. Persona que no les gusten los LEMMONS, RETROCEDAN. No me hago responsable bajo advertencia.
Canción ultra-mega-archi-super necesaria: Britney Spears_Everytime. Natalie Merchant_My Skin. Si no van a escucharlas mientras leen, directamente NO LEAN… Son casi tan necesarias como respirar.

1. Capitulo Único
Perfect Union
By Ally Cullen-Black
&.
Se colocó los auriculares y comenzó a escuchar de fondo una tranquilizante música clásica de un solo de piano, intentando calmarse a sí misma de esa forma. No le duró demasiado, ya que el maldito Ipod se había quedado sin batería.
Su pecho dolía, unas rebeldes lágrimas se deslizaban por sus mejillas casi sin poder obligarlas a que se detuvieran, sus manos temblaban, su respiración era agitada. En ese momento, todo era una mierda…
“Cálmate, Bella. Solo fue tu imaginación…” Intentó convencerse a sí misma, pero ella sabía que no era verdad. Ella sabía perfectamente lo que sus ojos habían visto. Ella sabía perfectamente quién era él. Ella sabía perfectamente cuantas veces él la había engañado. ¿Por qué intentar engañarse a sí misma si sabía la verdad? ¿Por qué querer cegarse a sí misma si veía a la perfección? ¿Por qué seguir con él si sabía que terminaría destrozada?
Isabella comenzó a correr cuando oyó Su voz gritar su nombre. Ella necesitaba estar sola, lejos de él, por más que le partiera el alma. Por más que sintiera que con cada paso su corazón se quebraba un poco más.
Edward corrió detrás de ella, gritando su nombre a pulmón vivo. Pero parecía como si ella no lo escuchara. Sentía una adrenalina comenzar a subir por su cuerpo, entre impotencia por no poder alcanzarla y dolor. Él sabía lo que había hecho, pero tenía la esperanza de que ella no lo hubiera visto. Ingenuo.
¡¿Por qué?! ¡¿Por qué mierda no lo pudo esperar en su departamento como le pidió?! ¡¿POR QUÉ?!
Edward no logró siquiera rozarla antes de que las puertas del ascensor se cerraran. Cuando Bella llegó a su departamento y entró, Edward tomó esa oportunidad para alcanzarla, tomarla del brazo y arrastrarla hacia la sala, cerrando la puerta de un portazo con su pie.
—¡Suéltame! —Gritó ella mientras ejercía fuerza con su cuerpo para que él la soltara. Pero Edward ya la tenía aprisionada entre la pared y su enorme cuerpo.
—¡NO! ¡¿Qué demonios hacías en el bar?! —Gritó con furia el cobrizo golpeando con el puño a la pared. Bella sintió el aire escaparse de sus pulmones; pero el enojo, la desilusión, y el puto amor mezclado con odio eran demasiado como para olvidarse de lo que sus ojos observaron en aquel lugar.
—¡¿Que qué demonios hacía en el bar?! ¡¡MALDITO BASTARDO!! ¡¿TE OLVIDAS QUE PUTA FECHA ES HOY?! —Gritó ella colerizada. —¡Hoy me llegaban los exámenes, Edward! —Vuelve a gritar luego de suspirar frustradamente. —Se suponía que los esperaríamos juntos. Se suponía que esas caricias eran reservadas para mí. Se suponía que esos labios eran míos...—Dijo dejando que las lágrimas salieran con libertad, recordando aquel momento en el bar.
Recordando aquella mujer rubia oxigenada sentada en la falda del cobrizo, atrapando esos labios entre los plásticos de ella. Esas manos que ella ilusamente pensaba que eran de ‘su amor’ acariciando las desnudas piernas de la oxigenada gracias a aquella corta falda que llevaba, y como seguía acariciando por debajo de ésta.
“Se suponía que esas caricias eran mías. Que esos labios eran míos…” Pensó ella sintiendo su corazón partirse en mil pedazos.
Edward jadeó al escuchar sus palabras mientras se alejaba de ella, dándole espacio. ¡Diablos! Lo había visto. Pero lo peor de todo era… ¿Cómo había sido tan imbécil de olvidarse? Él sabía cuán importantes eran esos exámenes.
Por muy loco que pareciera, ellos estaban buscando un hijo, y Bella no quedaba embarazada. Por lo que se hizo unos exámenes que determinarían si ella podía o no tener hijos y los motivos de esto. Cuando al fin los papeles llegaron, ella lo esperó, lo esperó, y lo esperó… Pero Edward no llegó. Y se hicieron las 11:00 p.m. y no llegaba. Un mensaje en el móvil como a las 11:50 p.m. le llegó, de parte de Edward, que decía:
Saldré al bar con Emmet y Jasper. No me esperes despierta.
Siempre tuyo,
E.
¿Estaba hablando jodidamente en serio? ¿Cómo podía ser tan poco humano y dejarla en un momento como ese? ¿Cómo pretendía tener hijos con ella si él parecía ni siquiera haber pasado la pubertad? Era un completo inmaduro. Y un imbécil.
“Dijiste que siempre serías mío…”
Ella, sin poder resistirse, abrió el paquete mandando a la mierda a Edward y a la promesa de que lo harían juntos. Lo que sus ojos leyeron en ese papel, fue lo que necesitó para explotar de furia, dolor y decepción, e ir tras de Edward. Sin siquiera importar con lo que sus ojos podrían encontrarse.
Edward miraba las gotas resbalarse de los ojos del amor de su vida, y se sentía la mayor mierda existente en la faz de la tierra por hacer llorar y sufrir a ese hermoso ángel. Cerró sus ojos con el ceño fruncido conteniendo las ganas de hacerla suya, creyendo que así solucionaría todo. Pero no. No esta vez. Esta vez era diferente. Esta vez sería diferente…
—¿Qué decían los exámenes, Bella? —Preguntó con los ojos cerrados y la respiración agitada.
Él abrió los ojos de golpe al escuchar un sollozo tan desgarrador de parte de ella que le partió el alma en mil pedazos tras un golpe en el suelo. Bella levantó su mirada a él, con su vista cegada por las lágrimas, arrodillada en el suelo. Cuando esos pozos profundos de dolor se encontraron con los preocupados verdes de Edward, todo se vino abajo.
—Me estoy muriendo, Edward…—Sollozó ella abrazándose a sí misma con sus delgados brazos.
A pesar de la vida de mierda que ambos vivían, seguían amándose como aquella primera vez. Como la vez que él le robó su primer beso a los quince años. Como la vez en que se fugaron para poder amarse sin restricciones ni prohibiciones. Como la vez que volaron juntos a la nada, en un mundo nuevo para ambos. Como siempre lo hacían cada vez que sus ojos se encontraban.
Edward sintió el peso del mundo caer sobre sí cuando ella habló.
 —¿Qué? —Su voz salía resquebrajada.
No. No podía ser cierto. No. Su bella, NO. ¿Por qué? ¿Por qué ella y no él? ¡¿POR QUÉ MIERDA ERA ELLA Y NO ÉL, COMO SE LO MERECÍA?!
—No puede ser cierto… ¡Estás mintiendo! —Gritó el cobrizo con desesperación y cólera invadiéndolo mientras tiraba con sus propias manos los alborotados y desordenados cabellos de su cabeza.
—¡EDWARD! —Gritó la castaña con la furia invadiéndola. ¿Cómo mierda se atrevía él a decirle mentirosa en un momento como ese? —¡¡QUIERES, POR UNA PUTA VEZ EN TU VIDA, DEJAR DE SER UN PENDEJO!! —Le escupió en la cara completamente ida mientras se ponía en pie.
A él se le cortó la respiración por un segundo. Nunca la había visto de esa forma, tan… enojada. Y… dolida.
Se miraron fijamente durante minutos que se sintieron horas. Las lágrimas se escapaban de los ojos chocolates de Bella y se deslizaban por sus sonrojadas mejillas tras haber gritado. Los ojos esmeraldas de Edward estaban rojos, y parecía que si alguno decía algo, él no aguantaría las lágrimas que luchaban por salir.
Menos de medio segundo. Un parpadeo. Un suspiro que sonó a un sollozo de parte de ambos. Y dos bocas unidas en un beso necesitado.
Unión perfecta.
¿Se podría decir el último beso?
“No. Eso nunca.” Pensó Edward rodeando la cintura de Su mujer y besándola con más anhelo. Deseando que ese beso fuera suficiente para darle vida, más vida.
Cuando él noto que el beso se volvía rudo, se separó de ella apenas unos centímetros. No. Esta vez no sería igual que siempre. No. Esta vez tenía que ser distinta. Él tenía que demostrarle que ella era la dueña de su alma, que ella lo era todo, que unos plásticos labios de una rubia oxigenada no podían ser comparados con los suaves y esponjosos de ella. ¡Maldita sea!  ¡Tenía que demostrarle cuanto la amaba!
—Yo… Lo siento, Bella. —Dijo él con la voz resquebrajada, cerrando sus ojos con fuerza y juntando sus frentes, sintiendo una fuerte patada en el estómago al pensar que ella no estaría más. Que el amor de su vida se iría…
Bella estaba sorprendida. Él no era de esas personas a las cuales les sacas un ‘Lo siento’ con tanta facilidad.
¿Otro truco, quizás?
No.
Y lo comprobó cuando sintió unas gotas caer sobre sus mejillas. Su pecho se encogió, y las suyas no tardaron en salir y mezclarse con las de él sobre su rostro.
Unión perfecta.
—Te amo, Edward. —Dijo la castaña casi sin voz, tomando el rostro del cobrizo entre sus delicadas y pequeñas manos.
Y él no lo soportó más.
Unió sus labios con los de ella, y los besó con delicadeza, como si fueran de cristal, como si se fueran a romper con solo un simple toque. Delineó con su lengua suavemente el labio inferior de la castaña mientras sentía sus propias lágrimas y las de ella unirse, y deslizarse juntas por los rostros de ambos.
Cuando sus lenguas se encontraron, todo se fue con un poco de su control. Edward bajó sus manos hasta el trasero de Bella, el cual apretó y levantó, mientras que ella soltaba un gritito dando un salto y rodeando con sus piernas su cintura, sintiendo contra sí la enorme erección de su amado cobrizo contra su centro.
Él comenzó a caminar por el departamento hasta llegar a la habitación que compartían desde  hacía ya tanto tiempo. La dejó sobre sus pies antes de separarse de sus labios y tomar su delicado rostro entre sus manos.
—No tienes idea de cuánto te amo, Bella. —Le dijo mirándola fijo, intentando de que ella viera que el que hablaba era su propio corazón.
Ella sonrió -aunque en sus ojos aún había dolor- antes de acercarse y volverlo a besar. De a poco, se fueron despojando de sus ropas, lenta, casi tortuosamente, como si de pronto el tiempo no pasara lo suficientemente lento ellos lo hacían por él, hasta que al fin… Al fin lograron quedar completamente desnudos y sobre la enorme cama de ambos.
Edward se apoyó sobre sus codos para poder observarla. Ella era hermosa. Con sus labios hinchados y rojos de tantos besos, con su cuerpo perfecto, ni más ni menos, justo lo necesario. Hecho justamente a su medida, a su necesidad.
Él la beso una vez más antes de comenzar a bajar por su cuello.
Bella echó la cabeza hacia atrás cerrando sus ojos cuando sintió el miembro de Edward entrar en su sexo apenas unos centímetros mientras que, al mismo tiempo, dejaba de sentir sus labios sobre su piel. Abrió los ojos confundida, y lo vio observándola fijamente, y ella hizo lo que siempre hacía al verlo mirarla así, le sonrió. Le sonrió llevando sus manos a la nuca del cobrizo y enredando sus dedos con ese indomable y desordenado cabello, y él le devolvió la sonrisa dejando que un suspiro saliera de su boca cuando ella tocó su punto débil, su cabello.
Edward empujó unos centímetros más, y Bella no lo soportó. Volvió a cerrar los ojos disfrutando de esa sensación de llenura, de plenitud desbordante. 
El vaivén de sus cuerpos formaba de a poco una sinfonía gloriosa donde las caricias, los roces, los besos, la pasión, la lujuria… El amor. Todo ello venía envuelto en la más simple y a la vez compleja relación de sus vidas.
Edward se sentía en estos momentos verdaderamente frustrado y desesperado por demostrarle en realidad lo que ella significaba para él, lo que ella era en su vida, y a la vez, demostrarse a sí mismo que podría, que en verdad debía de ser mejor sólo para el simple y gran hecho de que ella fuera completamente feliz.
Sus manos obraban solas recorriendo el cuerpo de aquella esbelta mujer que tenía por esposa. Reconociéndolo una vez más. Él, el único hombre que había poseído su cuerpo, el único que había poseído su alma, el único que había ganado su completo y sincero amor… Y era un patán, un idiota que la hacía sufrir una y otra vez.
Sus cuerpos comenzaban a perlarse de sudor y a enredarse entre las sábanas ya completamente desechas. Los gemidos, los suspiros, todos los sonidos que demostraban cuan hondo era su placer, estaban consumiendo el poco oxígeno que había en aquella habitación.
Bella sólo se dejaba hacer, solo se limitaba a sentir. No quería pensar, no quería recordar. Lo único que en este momento era capaz de sobrellevar era esto, estar así con el hombre que le había robado el corazón desde hacía ya tanto tiempo, el hombre que la había decepcionado más de una vez, el hombre que era lo mejor y a la vez lo peor que le hubiese pasado. Unas traicioneras lágrimas se deslizaron por su mejilla.
No. No pensaría más en ello. No ahora.
Girando sus cuerpos ella se colocó encima para poder verlo. Quería ver su rostro cuando él llegara a la cúspide del placer por ella. Esa era una imagen que le encantaba ver y que siempre resultaba ser uno de sus más grandes tesoros. El saber que ella era la causante.
Bella lo montó como si fuera la última vez. ¿Lo sería? No lo sabía pero así se sentía.
Y por un breve momento, un breve y angustioso momento ella pensó:
“Bien, quizás lo sea, pero si lo es lo haré dando todo de mí, ya no queda más que esto, Edward. En cierta forma, me ha… quebrado al fin.” Y así era.
El cobrizo le había demostrado y dicho tantas veces y tantas cosas sobre su amor y después la decepcionaba en la forma más cruel que se puede traicionar y decepcionar a una mujer. Y ella, débil ante él tal y como siempre lo había sido, se rendía ante él, dejando y perdiendo su orgullo y su propia estima por el camino. Siempre quedaba vagamente rondando en su cabeza el “¿Por qué?”.
Pregunta que quedó sin formular de verdad ya que comenzó a sentir esa maravillosa sensación, ese preludio de tensión ante los espasmos delirantes de placer que sobrevendrían. Y la corriente de placer los arrastró. Llevándolos a ambos un la profunda oscuridad del sueño, una vez que se separaron. Pero cuando lo hicieron, sintieron un vació que volvió a lastimar.
Edward llevó a Bella a su pecho, abrazándola con fuerza, creyendo que de esa manera ella nunca se iría.
La castaña le devolvió el abrazo con la misma intensidad, deseando no irse jamás. Sí, ella no quería alejarse de él, a pesar de todo. Porque él era el único que la entendía. Él era el único que había pasado por lo mismo que ella. Él era el único dueño de su corazón… y de su alma.
.
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Aquel hombre alto y rubio, vestido con una bata blanca de hospital y con la típica placa que mencionaba su nombre y su cargo, salió de la habitación donde hacía ya una semana que Bella estaba internada, con la vista baja, y serio. Demasiado serio para ser Carlisle Cullen.
Blanco, más blanco… ¿Por qué todo en los hospitales era blanco? Acaso querían hacer aún más patente la muerte que reinaba en aquel enorme lugar tan deprimente. Cada pared, bata, o placa blanca terminaba representando y recordando a cada persona que en su batalla perdida contra la dichosa muerte iba perdiendo su color… su vida.
Edward de inmediato se puso en pie al verlo salir, y se asustó al ver el rostro de su padre.
El cobrizo sentía su respiración acelerarse, los rápidos pero ligeros latidos de su propio corazón en sus oídos, la desesperación crecer haciéndolo transpirar.
Carlisle suspiró al ver a su hijo tan preocupado, tan triste, tan… como si él fuera el que estuviera muriéndose.
—Lo siento, Edward. Pero ya no queda mucho por hacer, ella está muy débil.
—Pero… No. ¡Estás equivocado! De seguro hay algo más, algo que hacer, algo... Consulta con algún colega... Ella, ella no... ¡Ella no puede morir! —Gritó el joven preso de una desesperación absoluta ignorando la mirada compasiva y desolada de su padre al verlo en tal estado de crisis.
—Edward no... —Intentó Carlisle hacerlo recapacitar, acercándose a él.
—¡NO! ¡No pienso escucharte! Ella va a estar bien, ella tiene que estar bien... Por favor… —Dijo ya en un leve susurro sintiendo como las piernas se le vencían.
Se sentía tan débil, tan perdido. ¿Cómo haría sin ella? ¿Cómo podía siquiera pensar en seguir vivo sin ella?
“¿Por qué? ¿Por qué ella y no yo? ¡Yo sí lo merezco!” Pensaba él tal enojo que lo hacía cegarse.
¿Por qué?
Había tanto por lo cual disculparse con ella. Tanto que enmendar, tanto que decir…
Cómo siquiera podía hacerle entender al resto las cosas tan inescrupulosas que había hecho incluso sin una razón aparente. Cómo explicar la culpa que cargaba encima y que cargaría como una cruz en su espalda cuando no sabía, no tenía ni idea de cuánto la había dañado.
¡¿Por qué?!
Esa era la maldita pregunta que surcaba su mente una y otra vez como si fuera un carrusel del que no podía bajar. Sin pensarlo, corrió hacia la puerta que daba la habitación de Bella, y entró.
Una enfermera, de edad aparentemente mucho mayor, estaba acomodando -o quizás ya desconectando- uno de los tantos cables que conectaban a Bella a distintas máquinas y monitores. Edward sintió su corazón encogerse al verla tan débil, tan pálida, tan… casi sin vida.
—Edward…—Susurró ella con vos rota y ligeramente apagada al verlo entrar.
El aludido caminó a pasos rápidos hasta aquella cama en la que el amor de su entera vida yacía recostada. Ella sonrió débilmente cuando él tomó su fría mano, y no pudo evitar que las lágrimas comenzaran a escaparse de sus tristes ojos mientras besaba con dulzura su mano.
Bella acarició el cabello cobrizo de su esposo intentando calmar esas lágrimas, y las suyas que habían comenzado a caer al verlo tan indefenso, también.
—Tienes que prometerme que serás feliz…—Susurró ella con un enorme esfuerzo por que su voz saliera ‘normal’. Pero era inevitable, ella estaba muriendo…
—¿Qué? No. Tú no morirás, Bella… Tú no puedes morir…—Sollozó el cobrizo pegando su frente con la de ella, haciendo que las lágrimas de ambos volvieran a mezclarse.
Unión perfecta.
—Pero lo estoy. Por eso tienes que prometerme que saldrás adelante, que no harás nada estúpido, que no te rendirás jamás, por los dos…—Pidió la castaña con súplica mientras Edward no dejaba de negar con la cabeza. —Sí. Por favor, Edward. Promételo.
Ella tomó con las pocas fuerzas que le quedaban el demacrado rostro del cobrizo para poder mirarlo a los ojos. —Promételo, Edward. —Sentenció con firmeza.
Edward cerró sus ojos sin poder seguir observando esos casi moribundos y cansados ojos chocolates y frunció el ceño asintiendo. —Lo prometo.
—Te amo, Edward. Siempre seré tuya…—Murmuró ella juntando sus frentes.
—Te amo, Bella. Siempre estarás en mi corazón…—Murmuró él antes de besarla tiernamente.
Solo rozó sus labios con los de él lentamente, queriendo memorizar su toque pasara lo que pasara. Y de a poco, ella fue perdiendo más y más fuerzas, hasta que la oscuridad la atrapó completamente.
La alarma de una maquina y el desesperante movimiento de la habitación hiso que Edward volviera a la realidad. Él observó el inerte cuerpo de Bella entre sus brazos. Escondió su rostro en el cuello de éste, y dejó salir el llanto que tanto había controlado.
Ya no quedaba más por hacer. Ya todo había terminado. Ya nada importaba…
“Recuerda… Lo prometiste, Edward.” Dijo Su voz.
—Te amo. Lo prometo. —Repitió desconsolado acariciando el muerto y pálido rostro de su esposa.
Con esas dos simples palabras, él sintió su corazón resquebrajarse un poco más. Dolería, costaría demasiado poder salir adelante, pero lo haría. Lo haría por ella.
Y por esa unión perfecta que siempre fueron al juntar sus labios, sus cuerpos y sus almas. Al ser simplemente uno, y al ser....
Una Unión perfecta.
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-Snif, snif-. Que manera de llorar... :'(
Bueno, espero que les haya gustado. Yo, sinceramente, AMÉ escribirlo! ^_^
Ok, coments(? Se aceptan putiadas por haberlas hecho llorar. XD
Peace. Out.
Ally C-B.

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