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lunes, 14 de noviembre de 2011

Summary: Menos de medio segundo. Un parpadeo. Un suspiro que sonó a sollozo de parte de ambos. Y dos bocas unidas en un beso. Que quizás sea el último beso… E/B. Rating M.
Advertencia: Contiene lenguaje fuerte y escenas sexuales explícitas -por eso el rating M, daa-, lees bajo tu propia voluntad. Persona que no les gusten los LEMMONS, RETROCEDAN. No me hago responsable bajo advertencia.
Canción ultra-mega-archi-super necesaria: Britney Spears_Everytime. Natalie Merchant_My Skin. Si no van a escucharlas mientras leen, directamente NO LEAN… Son casi tan necesarias como respirar.

1. Capitulo Único
Perfect Union
By Ally Cullen-Black
&.
Se colocó los auriculares y comenzó a escuchar de fondo una tranquilizante música clásica de un solo de piano, intentando calmarse a sí misma de esa forma. No le duró demasiado, ya que el maldito Ipod se había quedado sin batería.
Su pecho dolía, unas rebeldes lágrimas se deslizaban por sus mejillas casi sin poder obligarlas a que se detuvieran, sus manos temblaban, su respiración era agitada. En ese momento, todo era una mierda…
“Cálmate, Bella. Solo fue tu imaginación…” Intentó convencerse a sí misma, pero ella sabía que no era verdad. Ella sabía perfectamente lo que sus ojos habían visto. Ella sabía perfectamente quién era él. Ella sabía perfectamente cuantas veces él la había engañado. ¿Por qué intentar engañarse a sí misma si sabía la verdad? ¿Por qué querer cegarse a sí misma si veía a la perfección? ¿Por qué seguir con él si sabía que terminaría destrozada?
Isabella comenzó a correr cuando oyó Su voz gritar su nombre. Ella necesitaba estar sola, lejos de él, por más que le partiera el alma. Por más que sintiera que con cada paso su corazón se quebraba un poco más.
Edward corrió detrás de ella, gritando su nombre a pulmón vivo. Pero parecía como si ella no lo escuchara. Sentía una adrenalina comenzar a subir por su cuerpo, entre impotencia por no poder alcanzarla y dolor. Él sabía lo que había hecho, pero tenía la esperanza de que ella no lo hubiera visto. Ingenuo.
¡¿Por qué?! ¡¿Por qué mierda no lo pudo esperar en su departamento como le pidió?! ¡¿POR QUÉ?!
Edward no logró siquiera rozarla antes de que las puertas del ascensor se cerraran. Cuando Bella llegó a su departamento y entró, Edward tomó esa oportunidad para alcanzarla, tomarla del brazo y arrastrarla hacia la sala, cerrando la puerta de un portazo con su pie.
—¡Suéltame! —Gritó ella mientras ejercía fuerza con su cuerpo para que él la soltara. Pero Edward ya la tenía aprisionada entre la pared y su enorme cuerpo.
—¡NO! ¡¿Qué demonios hacías en el bar?! —Gritó con furia el cobrizo golpeando con el puño a la pared. Bella sintió el aire escaparse de sus pulmones; pero el enojo, la desilusión, y el puto amor mezclado con odio eran demasiado como para olvidarse de lo que sus ojos observaron en aquel lugar.
—¡¿Que qué demonios hacía en el bar?! ¡¡MALDITO BASTARDO!! ¡¿TE OLVIDAS QUE PUTA FECHA ES HOY?! —Gritó ella colerizada. —¡Hoy me llegaban los exámenes, Edward! —Vuelve a gritar luego de suspirar frustradamente. —Se suponía que los esperaríamos juntos. Se suponía que esas caricias eran reservadas para mí. Se suponía que esos labios eran míos...—Dijo dejando que las lágrimas salieran con libertad, recordando aquel momento en el bar.
Recordando aquella mujer rubia oxigenada sentada en la falda del cobrizo, atrapando esos labios entre los plásticos de ella. Esas manos que ella ilusamente pensaba que eran de ‘su amor’ acariciando las desnudas piernas de la oxigenada gracias a aquella corta falda que llevaba, y como seguía acariciando por debajo de ésta.
“Se suponía que esas caricias eran mías. Que esos labios eran míos…” Pensó ella sintiendo su corazón partirse en mil pedazos.
Edward jadeó al escuchar sus palabras mientras se alejaba de ella, dándole espacio. ¡Diablos! Lo había visto. Pero lo peor de todo era… ¿Cómo había sido tan imbécil de olvidarse? Él sabía cuán importantes eran esos exámenes.
Por muy loco que pareciera, ellos estaban buscando un hijo, y Bella no quedaba embarazada. Por lo que se hizo unos exámenes que determinarían si ella podía o no tener hijos y los motivos de esto. Cuando al fin los papeles llegaron, ella lo esperó, lo esperó, y lo esperó… Pero Edward no llegó. Y se hicieron las 11:00 p.m. y no llegaba. Un mensaje en el móvil como a las 11:50 p.m. le llegó, de parte de Edward, que decía:
Saldré al bar con Emmet y Jasper. No me esperes despierta.
Siempre tuyo,
E.
¿Estaba hablando jodidamente en serio? ¿Cómo podía ser tan poco humano y dejarla en un momento como ese? ¿Cómo pretendía tener hijos con ella si él parecía ni siquiera haber pasado la pubertad? Era un completo inmaduro. Y un imbécil.
“Dijiste que siempre serías mío…”
Ella, sin poder resistirse, abrió el paquete mandando a la mierda a Edward y a la promesa de que lo harían juntos. Lo que sus ojos leyeron en ese papel, fue lo que necesitó para explotar de furia, dolor y decepción, e ir tras de Edward. Sin siquiera importar con lo que sus ojos podrían encontrarse.
Edward miraba las gotas resbalarse de los ojos del amor de su vida, y se sentía la mayor mierda existente en la faz de la tierra por hacer llorar y sufrir a ese hermoso ángel. Cerró sus ojos con el ceño fruncido conteniendo las ganas de hacerla suya, creyendo que así solucionaría todo. Pero no. No esta vez. Esta vez era diferente. Esta vez sería diferente…
—¿Qué decían los exámenes, Bella? —Preguntó con los ojos cerrados y la respiración agitada.
Él abrió los ojos de golpe al escuchar un sollozo tan desgarrador de parte de ella que le partió el alma en mil pedazos tras un golpe en el suelo. Bella levantó su mirada a él, con su vista cegada por las lágrimas, arrodillada en el suelo. Cuando esos pozos profundos de dolor se encontraron con los preocupados verdes de Edward, todo se vino abajo.
—Me estoy muriendo, Edward…—Sollozó ella abrazándose a sí misma con sus delgados brazos.
A pesar de la vida de mierda que ambos vivían, seguían amándose como aquella primera vez. Como la vez que él le robó su primer beso a los quince años. Como la vez en que se fugaron para poder amarse sin restricciones ni prohibiciones. Como la vez que volaron juntos a la nada, en un mundo nuevo para ambos. Como siempre lo hacían cada vez que sus ojos se encontraban.
Edward sintió el peso del mundo caer sobre sí cuando ella habló.
 —¿Qué? —Su voz salía resquebrajada.
No. No podía ser cierto. No. Su bella, NO. ¿Por qué? ¿Por qué ella y no él? ¡¿POR QUÉ MIERDA ERA ELLA Y NO ÉL, COMO SE LO MERECÍA?!
—No puede ser cierto… ¡Estás mintiendo! —Gritó el cobrizo con desesperación y cólera invadiéndolo mientras tiraba con sus propias manos los alborotados y desordenados cabellos de su cabeza.
—¡EDWARD! —Gritó la castaña con la furia invadiéndola. ¿Cómo mierda se atrevía él a decirle mentirosa en un momento como ese? —¡¡QUIERES, POR UNA PUTA VEZ EN TU VIDA, DEJAR DE SER UN PENDEJO!! —Le escupió en la cara completamente ida mientras se ponía en pie.
A él se le cortó la respiración por un segundo. Nunca la había visto de esa forma, tan… enojada. Y… dolida.
Se miraron fijamente durante minutos que se sintieron horas. Las lágrimas se escapaban de los ojos chocolates de Bella y se deslizaban por sus sonrojadas mejillas tras haber gritado. Los ojos esmeraldas de Edward estaban rojos, y parecía que si alguno decía algo, él no aguantaría las lágrimas que luchaban por salir.
Menos de medio segundo. Un parpadeo. Un suspiro que sonó a un sollozo de parte de ambos. Y dos bocas unidas en un beso necesitado.
Unión perfecta.
¿Se podría decir el último beso?
“No. Eso nunca.” Pensó Edward rodeando la cintura de Su mujer y besándola con más anhelo. Deseando que ese beso fuera suficiente para darle vida, más vida.
Cuando él noto que el beso se volvía rudo, se separó de ella apenas unos centímetros. No. Esta vez no sería igual que siempre. No. Esta vez tenía que ser distinta. Él tenía que demostrarle que ella era la dueña de su alma, que ella lo era todo, que unos plásticos labios de una rubia oxigenada no podían ser comparados con los suaves y esponjosos de ella. ¡Maldita sea!  ¡Tenía que demostrarle cuanto la amaba!
—Yo… Lo siento, Bella. —Dijo él con la voz resquebrajada, cerrando sus ojos con fuerza y juntando sus frentes, sintiendo una fuerte patada en el estómago al pensar que ella no estaría más. Que el amor de su vida se iría…
Bella estaba sorprendida. Él no era de esas personas a las cuales les sacas un ‘Lo siento’ con tanta facilidad.
¿Otro truco, quizás?
No.
Y lo comprobó cuando sintió unas gotas caer sobre sus mejillas. Su pecho se encogió, y las suyas no tardaron en salir y mezclarse con las de él sobre su rostro.
Unión perfecta.
—Te amo, Edward. —Dijo la castaña casi sin voz, tomando el rostro del cobrizo entre sus delicadas y pequeñas manos.
Y él no lo soportó más.
Unió sus labios con los de ella, y los besó con delicadeza, como si fueran de cristal, como si se fueran a romper con solo un simple toque. Delineó con su lengua suavemente el labio inferior de la castaña mientras sentía sus propias lágrimas y las de ella unirse, y deslizarse juntas por los rostros de ambos.
Cuando sus lenguas se encontraron, todo se fue con un poco de su control. Edward bajó sus manos hasta el trasero de Bella, el cual apretó y levantó, mientras que ella soltaba un gritito dando un salto y rodeando con sus piernas su cintura, sintiendo contra sí la enorme erección de su amado cobrizo contra su centro.
Él comenzó a caminar por el departamento hasta llegar a la habitación que compartían desde  hacía ya tanto tiempo. La dejó sobre sus pies antes de separarse de sus labios y tomar su delicado rostro entre sus manos.
—No tienes idea de cuánto te amo, Bella. —Le dijo mirándola fijo, intentando de que ella viera que el que hablaba era su propio corazón.
Ella sonrió -aunque en sus ojos aún había dolor- antes de acercarse y volverlo a besar. De a poco, se fueron despojando de sus ropas, lenta, casi tortuosamente, como si de pronto el tiempo no pasara lo suficientemente lento ellos lo hacían por él, hasta que al fin… Al fin lograron quedar completamente desnudos y sobre la enorme cama de ambos.
Edward se apoyó sobre sus codos para poder observarla. Ella era hermosa. Con sus labios hinchados y rojos de tantos besos, con su cuerpo perfecto, ni más ni menos, justo lo necesario. Hecho justamente a su medida, a su necesidad.
Él la beso una vez más antes de comenzar a bajar por su cuello.
Bella echó la cabeza hacia atrás cerrando sus ojos cuando sintió el miembro de Edward entrar en su sexo apenas unos centímetros mientras que, al mismo tiempo, dejaba de sentir sus labios sobre su piel. Abrió los ojos confundida, y lo vio observándola fijamente, y ella hizo lo que siempre hacía al verlo mirarla así, le sonrió. Le sonrió llevando sus manos a la nuca del cobrizo y enredando sus dedos con ese indomable y desordenado cabello, y él le devolvió la sonrisa dejando que un suspiro saliera de su boca cuando ella tocó su punto débil, su cabello.
Edward empujó unos centímetros más, y Bella no lo soportó. Volvió a cerrar los ojos disfrutando de esa sensación de llenura, de plenitud desbordante. 
El vaivén de sus cuerpos formaba de a poco una sinfonía gloriosa donde las caricias, los roces, los besos, la pasión, la lujuria… El amor. Todo ello venía envuelto en la más simple y a la vez compleja relación de sus vidas.
Edward se sentía en estos momentos verdaderamente frustrado y desesperado por demostrarle en realidad lo que ella significaba para él, lo que ella era en su vida, y a la vez, demostrarse a sí mismo que podría, que en verdad debía de ser mejor sólo para el simple y gran hecho de que ella fuera completamente feliz.
Sus manos obraban solas recorriendo el cuerpo de aquella esbelta mujer que tenía por esposa. Reconociéndolo una vez más. Él, el único hombre que había poseído su cuerpo, el único que había poseído su alma, el único que había ganado su completo y sincero amor… Y era un patán, un idiota que la hacía sufrir una y otra vez.
Sus cuerpos comenzaban a perlarse de sudor y a enredarse entre las sábanas ya completamente desechas. Los gemidos, los suspiros, todos los sonidos que demostraban cuan hondo era su placer, estaban consumiendo el poco oxígeno que había en aquella habitación.
Bella sólo se dejaba hacer, solo se limitaba a sentir. No quería pensar, no quería recordar. Lo único que en este momento era capaz de sobrellevar era esto, estar así con el hombre que le había robado el corazón desde hacía ya tanto tiempo, el hombre que la había decepcionado más de una vez, el hombre que era lo mejor y a la vez lo peor que le hubiese pasado. Unas traicioneras lágrimas se deslizaron por su mejilla.
No. No pensaría más en ello. No ahora.
Girando sus cuerpos ella se colocó encima para poder verlo. Quería ver su rostro cuando él llegara a la cúspide del placer por ella. Esa era una imagen que le encantaba ver y que siempre resultaba ser uno de sus más grandes tesoros. El saber que ella era la causante.
Bella lo montó como si fuera la última vez. ¿Lo sería? No lo sabía pero así se sentía.
Y por un breve momento, un breve y angustioso momento ella pensó:
“Bien, quizás lo sea, pero si lo es lo haré dando todo de mí, ya no queda más que esto, Edward. En cierta forma, me ha… quebrado al fin.” Y así era.
El cobrizo le había demostrado y dicho tantas veces y tantas cosas sobre su amor y después la decepcionaba en la forma más cruel que se puede traicionar y decepcionar a una mujer. Y ella, débil ante él tal y como siempre lo había sido, se rendía ante él, dejando y perdiendo su orgullo y su propia estima por el camino. Siempre quedaba vagamente rondando en su cabeza el “¿Por qué?”.
Pregunta que quedó sin formular de verdad ya que comenzó a sentir esa maravillosa sensación, ese preludio de tensión ante los espasmos delirantes de placer que sobrevendrían. Y la corriente de placer los arrastró. Llevándolos a ambos un la profunda oscuridad del sueño, una vez que se separaron. Pero cuando lo hicieron, sintieron un vació que volvió a lastimar.
Edward llevó a Bella a su pecho, abrazándola con fuerza, creyendo que de esa manera ella nunca se iría.
La castaña le devolvió el abrazo con la misma intensidad, deseando no irse jamás. Sí, ella no quería alejarse de él, a pesar de todo. Porque él era el único que la entendía. Él era el único que había pasado por lo mismo que ella. Él era el único dueño de su corazón… y de su alma.
.
.
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Aquel hombre alto y rubio, vestido con una bata blanca de hospital y con la típica placa que mencionaba su nombre y su cargo, salió de la habitación donde hacía ya una semana que Bella estaba internada, con la vista baja, y serio. Demasiado serio para ser Carlisle Cullen.
Blanco, más blanco… ¿Por qué todo en los hospitales era blanco? Acaso querían hacer aún más patente la muerte que reinaba en aquel enorme lugar tan deprimente. Cada pared, bata, o placa blanca terminaba representando y recordando a cada persona que en su batalla perdida contra la dichosa muerte iba perdiendo su color… su vida.
Edward de inmediato se puso en pie al verlo salir, y se asustó al ver el rostro de su padre.
El cobrizo sentía su respiración acelerarse, los rápidos pero ligeros latidos de su propio corazón en sus oídos, la desesperación crecer haciéndolo transpirar.
Carlisle suspiró al ver a su hijo tan preocupado, tan triste, tan… como si él fuera el que estuviera muriéndose.
—Lo siento, Edward. Pero ya no queda mucho por hacer, ella está muy débil.
—Pero… No. ¡Estás equivocado! De seguro hay algo más, algo que hacer, algo... Consulta con algún colega... Ella, ella no... ¡Ella no puede morir! —Gritó el joven preso de una desesperación absoluta ignorando la mirada compasiva y desolada de su padre al verlo en tal estado de crisis.
—Edward no... —Intentó Carlisle hacerlo recapacitar, acercándose a él.
—¡NO! ¡No pienso escucharte! Ella va a estar bien, ella tiene que estar bien... Por favor… —Dijo ya en un leve susurro sintiendo como las piernas se le vencían.
Se sentía tan débil, tan perdido. ¿Cómo haría sin ella? ¿Cómo podía siquiera pensar en seguir vivo sin ella?
“¿Por qué? ¿Por qué ella y no yo? ¡Yo sí lo merezco!” Pensaba él tal enojo que lo hacía cegarse.
¿Por qué?
Había tanto por lo cual disculparse con ella. Tanto que enmendar, tanto que decir…
Cómo siquiera podía hacerle entender al resto las cosas tan inescrupulosas que había hecho incluso sin una razón aparente. Cómo explicar la culpa que cargaba encima y que cargaría como una cruz en su espalda cuando no sabía, no tenía ni idea de cuánto la había dañado.
¡¿Por qué?!
Esa era la maldita pregunta que surcaba su mente una y otra vez como si fuera un carrusel del que no podía bajar. Sin pensarlo, corrió hacia la puerta que daba la habitación de Bella, y entró.
Una enfermera, de edad aparentemente mucho mayor, estaba acomodando -o quizás ya desconectando- uno de los tantos cables que conectaban a Bella a distintas máquinas y monitores. Edward sintió su corazón encogerse al verla tan débil, tan pálida, tan… casi sin vida.
—Edward…—Susurró ella con vos rota y ligeramente apagada al verlo entrar.
El aludido caminó a pasos rápidos hasta aquella cama en la que el amor de su entera vida yacía recostada. Ella sonrió débilmente cuando él tomó su fría mano, y no pudo evitar que las lágrimas comenzaran a escaparse de sus tristes ojos mientras besaba con dulzura su mano.
Bella acarició el cabello cobrizo de su esposo intentando calmar esas lágrimas, y las suyas que habían comenzado a caer al verlo tan indefenso, también.
—Tienes que prometerme que serás feliz…—Susurró ella con un enorme esfuerzo por que su voz saliera ‘normal’. Pero era inevitable, ella estaba muriendo…
—¿Qué? No. Tú no morirás, Bella… Tú no puedes morir…—Sollozó el cobrizo pegando su frente con la de ella, haciendo que las lágrimas de ambos volvieran a mezclarse.
Unión perfecta.
—Pero lo estoy. Por eso tienes que prometerme que saldrás adelante, que no harás nada estúpido, que no te rendirás jamás, por los dos…—Pidió la castaña con súplica mientras Edward no dejaba de negar con la cabeza. —Sí. Por favor, Edward. Promételo.
Ella tomó con las pocas fuerzas que le quedaban el demacrado rostro del cobrizo para poder mirarlo a los ojos. —Promételo, Edward. —Sentenció con firmeza.
Edward cerró sus ojos sin poder seguir observando esos casi moribundos y cansados ojos chocolates y frunció el ceño asintiendo. —Lo prometo.
—Te amo, Edward. Siempre seré tuya…—Murmuró ella juntando sus frentes.
—Te amo, Bella. Siempre estarás en mi corazón…—Murmuró él antes de besarla tiernamente.
Solo rozó sus labios con los de él lentamente, queriendo memorizar su toque pasara lo que pasara. Y de a poco, ella fue perdiendo más y más fuerzas, hasta que la oscuridad la atrapó completamente.
La alarma de una maquina y el desesperante movimiento de la habitación hiso que Edward volviera a la realidad. Él observó el inerte cuerpo de Bella entre sus brazos. Escondió su rostro en el cuello de éste, y dejó salir el llanto que tanto había controlado.
Ya no quedaba más por hacer. Ya todo había terminado. Ya nada importaba…
“Recuerda… Lo prometiste, Edward.” Dijo Su voz.
—Te amo. Lo prometo. —Repitió desconsolado acariciando el muerto y pálido rostro de su esposa.
Con esas dos simples palabras, él sintió su corazón resquebrajarse un poco más. Dolería, costaría demasiado poder salir adelante, pero lo haría. Lo haría por ella.
Y por esa unión perfecta que siempre fueron al juntar sus labios, sus cuerpos y sus almas. Al ser simplemente uno, y al ser....
Una Unión perfecta.
___________________________________________________________________________________
-Snif, snif-. Que manera de llorar... :'(
Bueno, espero que les haya gustado. Yo, sinceramente, AMÉ escribirlo! ^_^
Ok, coments(? Se aceptan putiadas por haberlas hecho llorar. XD
Peace. Out.
Ally C-B.

domingo, 13 de noviembre de 2011


Summary: Isabella Swan no es la típica chica de 17 años, torpe, indefensa e inocente. Ella es atrevida, rebelde, decidida, no le importa decir lo que piensa ni lo que los demás piensen de ella, y, por sobretodo, es la chica más deseada de todo el Instituto desde que llegó. Cualquier chico moriría por tenerla, cualquier chica desearía ser su mejor amiga, Isabella era el objetivo de todos. Pero ella ya tenía a sus dos objetivos bien fijados. Pero, ¿qué ocurrirá cuando ellos terminen siendo diferentes a lo que aparentan?
Advertencia: Contiene escenas sexuales explícitas -por eso el rating M, daa-, lees bajo tu propia voluntad. Persona que no les gusten los trios -o LEMMONS de cualquier tipo-, RETROCEDAN. No me hago responsable bajo advertencia.
 **
12. Capitulo Doce: Fearful Confusion
“There are two strangers in my life…”
Naughty Game
By Ally Cullen-Black
&.
Bella POV
¿A dónde demonios me llevas? Le pregunté a Jasper luego de saliéramos del estacionamiento de la disco en su flamante Ferrari negro.
A mi departamento. Contestó secamente. Estaba enojado, y se notaba por su ceño fruncido y su vista centrada en la carretera. Daba miedo, y a la vez me excitaba.
Llévame a mi casa. Le ordené mientras me removía en el asiento de copiloto, sintiendo mi cuerpo arder y las gotas de sudor resbalar por mis piernas y cuello.
No. ¡¿Crees que te dejaría sola en ese estado?!
No me interesa lo que harías o dejaras de hacer. Llévame. A. Mi. Casa. Clavé mis uñas en el asiento. Todo ardía, y estaba transpirando por el calor que hacía en el auto. O a lo mejor, era yo y mis nervios mezclados con la droga.
Él se hizo de oídos sordos y aceleró aún más de la velocidad a la que iba. Sabía que mis palabras le habían producido algo, ya que en ese momento frunció el ceño sin mirarme, solo miraba la carretera y se saltaba los semáforos en rojo.
Llegamos a un lujoso edificio, donde Jasper ingresó en el estacionamiento y aparcó el auto.
¿Dónde estamos? Volví a preguntar, aunque ya sabía la respuesta. Te dije que…Me dejó con las palabras en la boca mientras se bajaba del auto e iba hacia mi lado.
Cuando llegó, me cargó de la misma forma en que lo había hecho en el bar, y cerró la puerta del auto con el pie. Él comenzó a caminar sin mirarme ni una vez.
Te dije que me llevaras a mi casa. Dije cuando nos metimos dentro del ascensor del edificio.
Y yo te dije que te traería a mi departamento. Contestó al fin mirándome a los ojos.
Sus ojos color miel estaban algo idos, y olor a tabaco y alcohol salía de su boca, embriagando mis sentidos. Él solo estaba algo borracho, pero al parecer no lo suficiente como para perderse. Jasper estaba muy consciente de lo que hacía y decía, a diferencia de mí. Yo reía estúpidamente, escondía mi rostro en su cuello cuando él me sonreía intentando no reírse de mí y de lo ida que estaba mientras el ascensor subía varios pisos.
El olor a masculinidad que ingerí cuando acerqué mi nariz a su cuello, hizo que el deseo comenzara a mezclarse con la cantidad de sentimientos que se arremolinaban en mi interior. Comencé a besar su cuello, haciendo que su respiración se acelerara y se apoyara contra el espejo para no perder el peso de ambos cuerpos, el mío y el suyo.
Bella…Jadeó sin contenerse.
Comencé a subir lamiendo y besando su cuello, su mandíbula, hasta la comisura de sus labios entreabiertos. Tomé el inferior en mi boca y pasé mi lengua por él sin quitar la conexión de nuestras miradas, donde sus ojos comenzaban a oscurecerse por el deseo.
Él bajó mis piernas al suelo antes de tomarme por la cintura pegándome a su sudado y fornido cuerpo y besarme con pasión. Le correspondí embriagándome con su sabor y su olor. Me sentía en el paraíso.
Las puertas se abrieron, y él comenzó a caminar saliendo del ascensor sin soltarme y sin cortar el beso. Me apretó contra una pared y sus manos bajaron a mis piernas, las cuales acarició dulcemente, quemándome con el tacto de sus suaves manos, antes de tomarlas a ambas y llevarlas alrededor de su cintura, dejándome apoyada contra la pared y en el aire. Jadee cuando sus manos fueron a mis nalgas por debajo de mi short negro, y las apretó con una pizca de timidez. 
Mis brazos rodeaban su cuello, mis manos estaban perdidas y enredadas en su enmarañado cabello, y mi lengua batallaba con la suya con rudeza. Su lengua enredaba la mía, y la tiraba haciendo que sintiera cómo comenzaba a mojarme, mientras él ingresaba en lo que supuse debió haber sido su departamento. Solté su boca y bajé por su mandíbula a su cuello.
Bella…Jadeó tragando en seco y desenredando mis piernas de su cintura para depositarme en el suelo.
Me separé confusa, viendo como él suspiró y se giró dejándome allí, sola y excitada. ¿Qué demonios le ocurría? Lo seguí, y llegamos a una cocina. Jasper tomó un vaso y lo llenó de agua antes de tomarlo todo de una sola vez.
Yo…no quiero hacerlo contigo si no estás consciente…Dijo sin girarse a mí, dejando el vaso donde estaba antes.
¿A qué te refieres con “consciente”? Pregunté acercándome a él, y haciéndome la tonta.
Sabes a qué me refiero, Dijo girándose a mísé que te drogas, Bella.
Arrugué la nariz sobre-actuadamente. No me gustaba cómo sonaba el verbo ‘drogar’. Prefiero llamarlo “volar”. Comenté con diversión contra sus labios mientras pasaba mis brazos alrededor de su cuello, dejándolo aprisionado entre mi cuerpo y la encimera.
Jasper tragó en seco antes de hablar. No voy a acostarme contigo mientras estés volando. Al menos, hasta que no estés consciente…
¿Y quién dijo que No estoy consciente? Lo interrumpí rozando mis labios contra los suyos, provocándolo.
Isabella…Susurró cerrando sus ojos, con la respiración acelerada, y sus manos apretando el borde de la encimera, intentando de esa forma contenerse. Mi nombre completo nunca sonaría tan endemoniadamente bien, a no ser que saliera de los labios de Jasper.
Besé la comisura de sus labios, sus mejillas, sus párpados, y bajé hasta su oreja besando delicadamente cada centímetro de piel en su rostro.
Estando o no volando, te deseo, Jasper. Susurré en su oído antes de morder el lóbulo de su oreja.
Un sonido gutural salió de su garganta antes de tomarme por la cintura y besarme con desesperación. Sus besos eran tan adictivos, tan demandantes, tan… malditamente necesarios. Me sentía como si nunca en mi vida hubiera respirado, y esos besos me devolvían el aire que necesitaba.
El sonido de su celular nos hizo separarnos de mala gana. Jasper miró la pantalla y frunció el ceño al ver quién era el que lo llamaba.
Ya vuelvo. Dijo antes de salir de la cocina, y luego del departamento. ¡Genial! Me volvía a dejar sola. Suspiré y me fui hacia la sala en la que habíamos entrado.
Todo era tan lujoso. Un sofá de cuero negro estaba cerca del ventanal, y en frente había un televisor plasma. Casi todas las paredes del departamento eran de vidrio, que daban una excelente vista a la ciudad. El lugar era hermoso, y costoso. Se notaba que tenía dinero, y de sobra.
Me acerqué al estéreo que había en un mueble, obviamente lujoso y costoso; y lo encendí. Una *canción que me encendió completamente, hizo que el efecto de las drogas volviera. Era como si en el momento en el que Jasper me besó, más que sentir esa ‘libertad’ proveniente de la pastilla, sentí cómo el deseo y la lujuria llenaban todo mi cuerpo. Ahora que Jasper se había ido a no sé donde, la droga volvía a tomar el lugar.
Mientras me movía siguiendo la música, me acerqué a los estantes llenos de fotos. Allí había portarretratos de Rosalie y Jasper de niños; de adolescentes, junto con Edward, Alice y Emmet; y había una foto en la que aparecía Jasper y Edward abrazando a… ¡JANE!
¡¿Qué demonios significaba eso?! ¿¿Por qué mierda Jane estaba en una foto abrazando a Mis dioses??
Recorrí con mi mirada el estante para ver si habría otra, y ¡bingo! Había una más en las que ambos la besaban, y no era ningún beso ligero ni amistoso. ¡¡NO LO PODÍA CREER!! Maldita arpía, me las iba a pagar…
—Lo siento, era Rosalie. Se preocupó al no encontrarme en el bar. En fin, hermanas…—Dijo la última palabra con ironía.
Yo lo único que sentía era esa adrenalina de furia, y ¿celos?, subir por mi cuerpo. Mi respiración era acelerada y mis manos apretaban con fuerza el puto portarretrato. (N/A: Es decir que lo tenía entre sus manos)
—¿Está todo bien? —Preguntó al percatarse de mi cuerpo totalmente tensado.
Me giré enojada y le tire el portarretrato sobre el sofá de por medio que nos separaba.
—¡¿Quieres explicarme qué demonios significa esa fotografía?! —Jasper me miró confundido mientras se acercaba a tomar el portarretrato. Cuando lo tuvo frente a sus ojos, entendió mi enojo.
Él frunció el ceño cerrando sus ojos y respirando aceleradamente, demostrando así cómo el enojo iba entrando en él. Se giró, y aventó el portarretrato hacia la pared con fuerza. ¡Ah, claro! Ahora él se hacía el enojado. Sí, como no.
—¡Explícame qué demonios tiene que ver ella contigo, Jasper! —Le grité completamente cegada por el enojo. Tenía ganas de…de…matar a alguien, y sabía a quién sería. Él se quedó en silencio mirando la fotografía, perdido en sus pensamientos. Resoplé antes de disponerme a salir de aquel lugar.
Me sentía mal. Era como si de golpe me *sacaran el oxígeno. No podía estar un segundo más en frente de Jasper, sentía que él ya tenía dueña, y esa dueña era…Jane, por más que odiara y me dañara admitirlo. Yo no tenía nada que hacer en su departamento, y de haberlo sabido antes, cuando Jane se descompuso, lo hubiera llamado a él. Lo único que no entendía era dónde cabía Edward en todo esto. En la foto, él también la besaba.
¡Agh! Era demasiada confusión para mi mente nublada por las drogas en ese momento.
Salí lo más rápido que pude de allí. No estaba dispuesta a seguir sintiendo cómo el aire comenzaba a faltarme. Cuando me metí en el ascensor, y antes de que las puertas se cerraran, Jasper salió de su departamento, dispuesto a detenerme.
—¡Bella! —Gritó antes de que las puertas se cerraran.
Me apoyé contra el espejo sintiendo mi pecho arder, al igual que todo mi cuerpo, sobre todo mis manos. Sentía las gotas de sudor resbalarse por mi cuello, y mi cuerpo temblar. Dejé caer mi cuerpo al suelo, sintiendo una punzada en la parte izquierda de mi pecho.
¿Cuándo fue la última vez que me sentí así, que me sentí tan…asfixiada? Fue cuando Daniel me tomó a la fuerza, sin mi consentimiento. Cuando él me violó.
Apenas la puerta del ascensor se abrieron, salí corriendo desesperada, como alma que lleva el diablo. Llegué afuera del lujoso edificio, y tropecé, cayendo de rodillas al suelo.
—¡Mierda! —Gemí de dolor mientras intentaba ponerme en pie.
Una vez que lo logré, me quité los zapatos, y comencé a correr con ellos en mis manos.
—¡BELLA! —Gritó a todo pulmón Jasper mientras escuchaba sus rápidos pasos. —¡VUELVE AQUÍ, MALDITA SEA! —Volvió a gritar exasperado.
Su tono no hizo más que asustarme, por lo que comencé a correr todo lo que mis piernas me daban. Pero justo en la esquina, apareció la persona que menos hubiera deseado que lo hiciera en ese maldito momento. Edward.
Él apareció de la nada, pero como si supiera lo que ocurría. Me frené de golpe, sabiendo que si llegaba a él no me dejaría irme, sabiendo que si intentaba volverme, Jasper me lo impediría. ¡Diablos! Estaba atrapada.
Pero como si en ese momento Jake fuera mi gemelo y sintiera toda la mierda que yo, apareció frenando de golpe su descapotable a mi lado.
—Vamos. Sube. —Ordenó con furia. Lo hice algo adolorida y mareada. La maldita pastilla estaba dejando de surtir efecto, dando paso a los efectos secundarios. Mierda…
Jake aceleró mientras yo me recostaba en el asiento, sintiendo el frío aire golpear contra mi rostro sudado. Ni siquiera me giré a ellos, a pesar de que algo dentro mío deseaba hacerlo, deseaba quedarse con ellos y dejar que me explicaran toda la mierda que tenían con Jane. A pesar de que el maldito miedo me dominó, por primera vez luego de cuatro putos años, todo mi ser quería quedarse con ellos.
Un insistente zumbido comenzó a penetrar mi mente, molestando de sobremanera. Bostecé cansada mientras masajeaba mis sienes con los dedos, intentando que la maldita molestia se fuera.
Jake se rió de mi expresión. —¿Qué te tomaste, Bella? —Preguntó divertido.
Gemí adolorida en contestación, sintiendo un dolor eléctrico subir desde mis rodillas hasta mi cabeza.
—¿Qué le ocurrieron a tus piernas? —Preguntó esta vez preocupado.
—Me caí. —Contesté bostezando. El sueño se iba apoderando de mí, al igual que el punzante dolor en mi cabeza.
Él volvió a reír. —Bella, ¿es la primera vez que vuelas? —Preguntó con una entera confianza sobre el tema, como si siempre hubiéramos hablado de ello. Él no sabía que yo me drogaba, al menos eso pensaba yo. Lo miré de reojo confundida. —Oh, vamos... No soy idiota, Nany. —Dijo dándome una de esas miradas, levantando una ceja y sonriendo ligeramente de lado.
Rodee los ojos. —Volando, no. Pero probando uno nuevo, si.
—Con razón tienes esa vista de echa mierda. —Comentó riendo.
Le mostré el dedo del medio. —Gracias, eres amable. —Jake me guiñó un ojo sonriendo animado.
—Pero te entiendo, una vez que pruebas algo y te acostumbras a ello, luego es difícil probar algo nuevo. Vale intentarlo…
Jake siguió y siguió hablando. Yo estaba lejos. Me había quedado con mis dioses a pesar de todo. Había sido una estúpida por huir así, pero ya no había vuelta atrás. Mi suerte era una mierda.
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—Sí, papá. Tranquilo, la casa está bien…—Contesté mientras me sentaba en el sofá de mi casa.
Estaba hablando por teléfono con Charlie, y el muy mal nacido, en vez de preguntarme cómo estaba yo, me preguntaba cómo estaba la casa. Idiota. ¿Qué se pensaba? ¿Qué iba incendiarla? No era una niña y tampoco una inútil.
Luego de que Jake me trajera a casa, caí en profundo y hermoso sueño, en los que los protagonistas eran Edward y Jasper. Aún me debían una explicación, como yo les debía unas disculpas. ¡Pero, bah! Yo no era de andar disculpándome con todos. Nunca lo hice, y nunca lo haría.
Me valía una mierda si la otra persona se quedaba enojada conmigo de por vida, era SU problema…
Continué con la falsa y amistosa charla con Charlie, que luego de unos minutos, terminó despidiéndose y pidiéndome que me cuidara y prometiendo que llevaría regalos. Corté sintiendo esa opresión otra vez en mi pecho. Necesitaba olvidar lo sola y descuidada que me sentía por mis propios padres. Y aunque ya se suponía que debía acostumbrarme a ese descuido departe de ellos, aún seguía doliéndome. Corrí a mi habitación y encontré el bolso de Jane a un lado de mi cama. Lo tomé y busqué algo para poder distraerme. Y, ¡bingo! Encontré una bolsita con pastillas. Eran de un color negro rojizo, por lo que únicamente me tomé una, con miedo a que fuera demasiado fuerte como la anterior.
Una hora más tarde, estaba completamente en la nada. Todo iba con demasiada lentitud, dándome gracia. La música sonaba en ecos, pero de seguro estaba mucho más que fuerte. Me paré sobre el sofá y comencé a saltar, sintiendo que lo hacía sobre una esponjosa y suave nube. Logré distinguir el sonido del timbre, pero no le di importancia y seguí con mi baile idiota sobre el sofá.
Sentía un fuego recorrer mi cuerpo entero. Era una extraña adrenalina que me hacía querer gritar a los cuatro vientos lo jodida que estaba. Quería follarme a todo el mundo y no me arrepentiría de ello.
Devilbella: -¡Cariño, estamos en el puto paraíso del infierno! -gritó ella festejándome la pequeña fiesta que hacía en mi cabeza.
“¿Dónde está Ángelbella?” pregunté sorprendida al no verla por ningún lado regañándome.
Devilbella: -La jodida pastilla que tomaste no la dejó venir, es como un escudo para ella -dijo con una sonrisa divertida en el rostro- ¡Belly-Bells! ¿Qué dices si salimos a divertirnos con Peter?
Cuando oí el nombre de Peter en mi cabeza, sonreí feliz. Él era Mi proveedor de caramelos en Phoenix, que se mudó a Seattle tres meses antes que yo por negocios. Sufrí horrores cuando él se fue, muchas veces tuve que caminar noches enteras buscando algún proveedor de mis caramelos. Por suerte, siempre lo conseguía.
Tomé mi celular y marque su número que me lo sabía de memoria. A los dos pitidos, contestó confundido.
—¿Quién habla? —Preguntó preocupado.
—¡Peter! ¿Cómo estas, cariño? —Dije perdiendo el equilibrio de mi cuerpo y cayendo de rodillas al suelo. Reí estúpidamente.
—¿Bella? Hey, no te escucho... ¡Baja la música! —Gritó por el teléfono.
—Okey, de acuerdo, aguafiestas…—Dije mientras me ponía en pie y me dirigía al estéreo. —¿Mejor? —Pregunté una vez que bajé el volumen mientras me tiraba sobre el sofá.
Él rió antes de hablar. —¿Dónde estás, cielo? —Coqueteó con diversión.
Peter Wayland, el mayor traficante y mafioso de drogas, alcohol, y toda esa mierda. Lo conocí el día que decidí meterme dentro de la jodida vida de los ‘voladores’, y él fue el primero con el que follé por mi cuenta. Pero solo había sido una vez, y en una vez se quedaría. Al menos así me hizo prometerlo ese día.
Reí estúpidamente antes de que mi mente consumida en la droga hablara. —Estoy…en el puto paraíso del infierno…—Repetí exactamente las mismas palabras que Devilbella me había dicho. Peter soltó una carcajada casi incontenible.
—Okey, escucha. Tengo algo que puede gustarte…—Dijo una vez que se calmó. —Esta noche. En el Moonlight. Te  espero. —Dijo. Reí antes de colgar.
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Sí, ya lo sé, girls... "Este cap ya está en FF.net". (;
Pero bueno, actualizando che... :D
Peace. Out.
Ally C-B.
 
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