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domingo, 10 de junio de 2012

The Perfect Soldier_Prefacio

1 comentario:
 
Disclaimer: Los personajes no son míos –I fucking wish- son de Meyer y de L. J. Smith. La historia es mía.      
Summary: Ella, el criminal más buscado de todos, entrenada desde niña para hacer lo que hace. Él, el oficial más destacado de todo el FBI, y está detrás de ella desde hace tiempo. Ambos se odian. Pero, ¿qué ocurrirá cuando ya no puedan evitar sentir esa atracción que sienten el uno por el otro? Rating: M. Bella/Edward.


Prefacio
The Perfect Soldier
By Ally C-B
 &.
Era noche cerrada.
Sus zapatos de tacos altos golpeaban contra el frío suelo de las calles de Londres. Una ciudad bastante lúgubre en ciertos aspectos. Con sus días grises y lluviosos la gran mayoría del tiempo. Deprimente en demasía para quienes no estuvieran habituados a este estilo de climas, romántico para quienes sólo vinieran de cortas vacaciones a sus puntos de atracción más fuertes. Su cuerpo estaba cubierto por un tapado negro que le llegaba hasta por debajo de sus rodillas y su pelo estaba sujeto, por debajo de un sombrero negro, con apenas unos cuantos pasantes.
Cualquiera que la viera, simplemente no la reconocería. Nadie la miraría dos veces con aquel atuendo. Ella era fácil de camuflar. Sí, demasiado. Al menos hasta que sus penetrantes ojos chocolates se clavaran en los tuyos, esas enormes gemas oscuras y variables según su estado de ánimo eran capaces de congelarte en el lugar con una de sus más gélidas miradas que tornaban sus ojos casi de un color café llegando al negro, o por el contrario de hacerte sonreír incitándote a la plena y ciega confianza mostrando en su iris unas extrañas tonalidades ambarinas danzando por entre sus normales tonos cafés chocolatosos.
Tal era su potencial, alta y cuidadosamente desarrollado, que envolvía a las personas a su conveniencia casi sin problemas, casi. “Y hoy no sería la excepción”, pensó de manera casi arrogante. Sin ánimos de auto halagarse, pero, era la mejor de su campo y pese a no querer reconocerlo NUNCA, todo su resultado se debía a la persona que la había entrenado.
Miró en derredor y sonrió de forma casi rayana en lo maléfico.
Había llegado a su destino.
Llegó a una puerta, la cual abrió sin problemas. Ya todo estaba planeado. Inclusive el hecho de que el hombre que allí vivía estuviera petrificado en su oficina, gracias a la bebida que contenía una extraña droga que él bebió por orden y mandato suyo. Repito: Todo estaba planeado, meticulosamente planeado. Esa era una de sus mayores cualidades. Prever, planear, era muy perfeccionista y detallista cuando de trabajos se trataba. Una vez que ella entró, cerró la puerta detrás de su espalda y se dirigió a aquella oficina con andar sigiloso y gatuno. Un andar que no demostraba absolutamente nada. No era un andar pesado de enojo o impotencia ante algo, no era un andar rápido ni lento. El único detalle que se le podía atribuir a su andar sería, silencioso, tal y como los gatos, siempre en sigilo y alerta.
Antes de atravesar la puerta pudo sentir una respiración profunda, una rara mezcla de bufido y desesperación. Sonrió otra vez.
—¿Q-quién es usted? —Preguntó el hombre que estaba sentado detrás de su escritorio -sin poder mover tan siquiera un mísero músculo-, cuando ella entró en aquella habitación. —Isabella…—Dijo al reconocerla cuando se quitó el sombrero y su largo cabello caoba descendió sobre sus hombros en forma de hermosa y brillante cascada hasta por la mitad de su espalda.
Ella sonrió maliciosamente, sin contestar. Lo único que hizo fue acercarse al escritorio sin quitar la sonrisa burlesca de su rostro y buscar algo dentro de los cajones de éste, una vez que encontró lo que buscaba -es decir, una paquete con más de diez mil dólares-, lo guardó dentro de su gran tapado.
—¡¿Qué haces, maldita sea?! —Gritó el hombre con desesperación al ver lo que ella hacía.
—No necesitarás todo este dinero con tanta urgencia, ¿o sí? —Le preguntó ella sentándose sobre el escritorio, con sus piernas cruzadas, y su angelical rostro que casi llegaba a engañarte completamente, claro que eso sólo sucedía si tenías el gusto y placer de no conocerla. Algo que aquel hombre había forzado a no tener.
Su forma de sentarse solo le daba un toque de sensualidad a su aspecto de niña inocente. Algo que a su pesar, aunque jamás lo admitiera, nunca había sido. La inocencia era algo que no tenía cabida en su estilo de vida, ni siquiera a pronta edad.
Ella era la pesadilla de cualquier hombre que se atreviera a mirarla con otros ojos.
—Además, ya tienes bastante dinero. Que te quite un poco no le hace mal a nadie. Es más, creo que estaría haciéndoles un favor a todos a los que les robaste, Vulturi. —Agregó ella pronunciando el apellido del hombre con obviedad.
Marco Vulturi, era un reconocido traficante de drogas y el mayor impostor de los tres mafiosos hermanos. Cosa de familia como se diría.
Isabella había recibido la información de que no solo le robó a su primo, Michael Swan; sino también a otros importantes y poderosos mafiosos, como a Laurent Mallory. Y lo peor de todo era que como el viejo Vulturi tenía experiencia, siempre lograba salirse con la suya. Pero no esta vez, esta vez él no se había percatado de que él sería al que le robaran. Esta vez, él había sido el embaucado.
¿Cómo decía el refrán?
Ah, sí.
“Ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón”.
“Mmm… ¿Será cierto eso?” Se preguntó ella en un segundo de anormal introspección. Se encogió ligeramente de hombros. Nunca era bueno seguir aquel rumbo de pensamientos.
—Disfruta tus ultimas horas de vida, porque cuando vuelva a sentir mi cuerpo, no habrá lugar ni persona que me impida encontrarte, Swan. —Amenazó el viejo completamente enfadado y logrando sacarla así de su debate interior. Ella le volvió a sonreír antes de besarlo en la mejilla, y saltar del escritorio para irse.
Sin embargo, unos aplausos la hicieron pararse en seco justo cuando llegó al marco de la puerta de esa habitación.
—Woow, Bella. Me impresionas. Y pensar que YO te entrené…—Dijo esa voz.
Ella se giró totalmente petrificada -y aunque no lo admitiera, el pánico también la había consumido de un momento a otro-.
—¿Q-qué haces aquí, Damon? —Preguntó ella retrocediendo inconscientemente un paso al notar como él comenzaba a acercarse.
No lo quería cerca.
Si lo dejaba acercarse demasiado, sabía en qué y cómo terminaría todo.
Primero comenzaría con un beso, que se transformaría en sexo, sexo  absolutamente desenfrenado al cabo de dos minutos a veces incluso aún menos.
Y luego, bufó. Luego comenzaría el cuestionario -en su clara y muy obvia búsqueda de información-, y después se iría, huiría como siempre. Volviéndola a dejar sola, sola y… rota. Como desde el día que comenzó todo.
Aun le costaba controlar el estremecimiento que le recorría el cuerpo con apenas los recuerdos de esas ocasiones.
—Hiciste un gran trabajo, Bella. —Dijo el pelinegro de ojos glaciales, y no sólo referente al color celeste hielo, sino además por la total carente falta de sensibilidad que denotaban; pronunciando su nombre de una forma extraña, que logró que hasta los bellos más rebeldes se le erizaran. ––Todo perfecta y completamente calculado, y muy, muy bien planeado. Pero te faltó un detalle. —Dijo sacando su arma, una Glock 22mm de un negro brillante como un relámpago en noche oscura, su favorita, y apuntando al viejo Vulturi. —No se dejan testigos. —Dijo antes de dispararle, sin siquiera mirarlo, sin ni siquiera pestañar, de la manera más fría que alguien podría llegar a desarrollar jamás. La bala penetró justo al medio de su frente, matándolo al instante. Sin rito ni ceremonia, el acto estaba hecho.
Cuando el disparo salió de aquella arma, ella se sobresaltó.
Su cuerpo temblaba.
No era solo miedo, sino también la impresión de ver a aquel hombre con una bala en su cabeza, tirado sobre su escritorio, y sangre por todos lados. Y no es que fuera algo completamente ajeno a su visión, casi diríamos diaria. Bueno quizás no a esos extremos pero no era algo que no hubiese visto nunca tampoco. No. No se trataba de nada concerniente a eso sino más bien que todo se resumía al hombre que lo había llevado a cabo.
Damon era igual a un maldito vampiro. Frío, seco de corazón, y… malo. Por sobre todas las cosas, Él era malo. Una palabra tan simple que abarcaba la totalidad de lo que él era, e irónicamente él era una persona en extremo compleja, alguien a quien nunca terminabas de conocer, alguien a quién por más esfuerzo que pusieses nunca podrías llegar. Alguien a quien Bella hubiera querido odiar.
Isabella, por más delincuente que fuera, no era una asesina. Y eso ella lo tenía en claro.
A diferencia de Damon.
Eso fue lo que hizo que ella no lo quisiera más a su lado, a pesar de extrañarlo. A pesar de tantas cosas… Pero la imagen de esa mujer tirada sobre su cama, con varios disparos sobre su pecho, y Damon de pie a su lado con el arma todavía humeando en su mano derecha se repetía en su cabeza una y otra vez en cada ocasión en las que se veían. Haciéndole recordar por qué ya no estaba más con él. Grabándoselo y tatuándoselo en la piel. Lo peor de todo, fue…
Que esa mujer era su prima.
Él no dejaba de mirarla, sabiendo cuanto miedo estaba infundiéndole. La conocía a la perfección demasiado para alguien como Isabella, y aunque nunca lo admitiría, tanto él como ella sabían que estaba aterrorizada.
Bella recuperó la movilidad de su cuerpo apenas unos cuantos segundos después de que el disparo se saliese del arma.
Se dejó dirigir plenamente por su instinto. Uno que regía su vida en cuanto estaba en cercanía de él. Uno que no le fallaba como quién le enseñó a reconocerlo. Por lo que no dudó en salir corriendo de aquella casa, alejándose de él lo más que pudiera. Distancia. La distancia nunca resultaba suficiente para que Isabella considerase estar realmente lejos de él.
Mientras corría por medio de la bruma natural de aquel lugar y por entre los fríos e irregulares pavimentos, podía sentir la angustia invadirla y las lágrimas resbalarse por sus mejillas -y el maldito frío del viento golpeando en su rostro no ayudaba en lo más mínimo-. A lo lejos, escuchó las sirenas de las patrullas policiales mientras se metía en uno de los tantos callejones sucios de aquella maldita ciudad.
El solo pensamiento de querer cruzarse con su mayor enemigo, la hizo sonreír con picardía.
“Mierda.” Pensó ella “Me estoy volviendo una maldita bipolar.”
Y es que, ¿quién en su sano juicio querría cruzarse con su mayor enemigo? Al menos, a ver, ¿quién querría eso si una era una reconocida y muy, muy buscada ladrona con búsqueda de recompensa y todo y tu archi-mega-mayor enemigo de todos los tiempos era el policía que te había perseguido durante la mayor parte de tu muy malograda vida?
Ven… Era una jodida loca.


Holó (?) Las que me siguen por FF.net, conocen este fic... :]
Pero no quería dejarlo fuera de mi comienzo por blog. ^-^
¿Coments? :B
Love all ya'. (L)
Peace. Out.
Ally C-B.

1 comentario:

  1. me encantoooooooooooo quedo con ganas de masssssssssssssss....Gracias nena...

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